Te tenía que haber destrozado la boca a besos, haberme
llevado, entre las uñas, el recado del último latido que susurrabas antes de
recostarme.

No deberías saber que te amo.
porque se vuelven incansables las cinturas
y las sudadas paredes
se alzan los refajos
en el desesperado arriete
del comienzo de un mordisco
aclaratorio sobre el cuello.
No recuerdo cuando estabas
y amamantaba glaciales cantinelas.
Espérame al costado de la duda
donde se abren las carnes sin ropa
y la punta de mi pecho
se hace una con tu labio.
Espera,
espera...
espera.
A los otros, a los pulcros llenos de fe y
desarraigados, les da por el mismísimo alma la premura carnal y, la
facilidad con las que nos arrancamos los brazos del cuerpo sólo por notar puro
y tierno amor.
No esperes
la sombra de la noche
hoy no hace pie
hoy no hace pie
y nadie teme que
...de placer me ahogues.
...de placer me ahogues.
...y eso